”AHORA QUE TODAVÍA ESTÁS NOMBRANDO”

Ahora que todavía estás nombrando III (180 x 195 cms)

Ahora que todavía estás nombrando VI (130 x 130 cms)

Ahora que todavía estás nombrando VII (195 x 180 cms)

Ahora que todavía estás nombrando VIII (180 x 180 cms)

Ahora que todavía estás nombrando IX (146 x 114 cms)

Ahora que todavía estás nombrando X (146 x 114 cms)

Ahora que todavía estás nombrando XI (146 x 114 cms)

Ahora que todavía estás nombrando XII (146 x 114 cms)

Ahora que todavía estás nombrando XIII (55 x 46 cms)

Ahora que todavía estás nombrando XV (50 x 73 cms)

Vista general derecha

Vista general izquierda

Explicación “A”
 
Se nombra lo que se conoce, se reconoce lo que se es capaz de nombrar.
Es posible que el arte se dedique a sabotear nombres, justo cuando los tienes en la punta de la lengua; a buscar identidades nuevas, justo cuando lo sabido comienza a hacerse innecesario. Conocer por ansia de desconocimiento.
 
Explicación “B”
 
Demóstenes y Diógenes, dos Griegos antiguos, uno tartaja y otro que todo lo guardaba, por si acaso. Eran pareja de hecho, y yo siempre los confundo, aunque no se parecían mas que en el nombre. Un día el tartaja quiso meterse un puñado de guijarros en la boca, a palo seco, porque parece ser le iba bien para su tartamudez. Como en la casa había un desorden épico de trastos acumulados, estatuas mancas o decapitadas, periódicos viejos (sobre todo AlfaBetaGammas, por las esquelas), túnicas deshilachadas y pasadas de olimpiada, envases vacíos y mohosos de yogures cretenses con bífidus Troyanos, (para el tránsito hacia las letrinas, más que nada).., pues fue incapaz de encontrar sus dichosas piedrecitas, que las habría dejado por cualquier rincón dórico. Se agarró tal rebote que cogió todo ese kaos de estupideces y de chorradas, sin discriminar, lo tiró por la ventana que daba al Parnaso, y dejó la casa que se podía comer en el suelo.
Cuando llegó el otro, que venía cargado con un montón de paridas clásicas rescatadas de los kontainers (le gustaba mucho el greco-vintage), al ver la limpieza reinante sufrió un ataque de perplejidad aristotélica, como si se hubiese equivocado de domicilio, empíricamente. Más confundido que Pitágoras en un triangulo no rectángulo, miró su llave, miró la puerta y finalmente miró al tartamudo de los cojones, marujo y maniático del orden, y le gritó enfurecido:
- ¿Pero estás tonto o qué?
- ¡ Me-me-me ti-ti-tienes hasta los tes-tes testículos, káspita, que pa-pa-parece esta ca-casa el o-o-oráculo de la Bernarda!. Dijo el tartaja, que aparte de tartaja era muy fino y preciso en sus filípicas.
- ¡Te voy a arrear en la boca que vas a terminar hablando de corrido, so mamón!
Y se enzarzaron en una pelea tipo greco-romana , pero a leches, que acabó como el rosario de la Aurora.
Varias calendas después les dieron de alta en el Hipócrates Marañón. Demóstenes, el tartaja, se expresaba con una fluidez asombrosa y se colocó como charlatán de feria venga a pregonar muñecas chochonas, y prosperó vertiginosamente. Diógenes, el de su síndrome, salió esmeradísimo, montó un negocio de todo a 100 dracmas y también se forró. Al poco tiempo cada uno disponía de naviera propia, aunque no contrajeron con viuda alguna de presidente americano, porque por aquella época no existían los Estados Unidos, y porque además eran gaysísimos, los dos.
De todo esto se deduce lo ventajoso de quitarse los síndromes y los traumas de encima, aunque sea a bofetadas. Sé muy bien lo que digo. Yo nunca he tenido un mísero síndrome que superar o un trauma que echarme al diván, y así me luce el pelo.
(Aplicado a ésta serie: Cuanto menos guardes, más fácil es cambiar las cosas, y cuanto peor pronuncies sus nombres, también).