”WASHFEET GEISHAS“ O “GEISHAS DE LAVAPIES”

Indicios de Geisha (195 x 260 cms)

Estela para una Geisha inexistente I(130 x 195 cms)

Estela para una Geisha inexistente II(130 x 195 cms)

Estela para una Geisha inexistente III (130 x 195 cms)

Perfiles del aire I (114 x 146 cms)

Perfiles del aire II (114 x 146 cms)

China fuera del zapato (130 x 180 cms)

Geisha entre dos aguas (146 x 114 cms)

Tortilla de geishas (195 x 260 cms)

Explicación “A”
 
Ukiyo-e: “Imágenes del mundo que fluye”, literalmente. De esos grabados japoneses me atraen sobre todo sus líneas. Cualquiera de ellas. Dan la impresión de que siempre han estado allí, anteriores a su justificación iconográfica, anteriores al papel que soporta su rastro, anteriores al tiempo.
Un día secuestré una de ellas. Hay orientales fascinados por el flamenco, que tocan la guitarra española o imitan a Camarón de la Isla. Yo no tenía el menor propósito de emular a los artistas del periodo Edo, sería tan absurdo como imposible. Con el rapto de aquella línea albergaba las peores intenciones, las que tenemos los raptores sin escrúpulos: Violarla, engendrar algo con ella, pero no accidentalmente. Occidentalmente
 
Explicación “B”
 
NI CUENTO NI CHINO
 
Varios amigos y yo asistíamos el Jueves pasado a una proyección de filminas sobre arte Zen. (Filminas son diapositivas. Zen es una marca de Arte Oriental. Arte, no sé lo que es). Pedro y Gracia, que no paran de ir a Asia en sus ratos libres, nos enseñaron a decir dos palabras en Chino. Concretamente “hombre” y “mujer”. Lo pronunciaron igual de bien que cualquier Pekinés del mismo centro, y todo el mundo quedó extasiado con aquellas exóticas sonoridades. A mí, que no me encanta nada viajar, me sorprende sin embargo que haya podido reunir los años que tengo sumido en esa ignorancia:
 
Al día siguiente fui a cenar a un restaurante chino. La comida no estaba muy buena, pero la camarera que me atendió sí. No pronunció palabra ni al recibirme ni al servir o retirar los platos, aunque sonreía mucho, y al hacerlo sus ojos se achinaban más todavía, casi como a Juanito Valderrama.
En los postres, animado por mi recién adquirida fluidez en el manejo de las lenguas orientales, aunque también por un licor de sospechosa gradación y por el altruista escote de la portadora, exclamé mirándola (a la cara) y con un perfecto chino mandarín:
-¡Mujer!
Y entonces la camarera se incorporó del todo. Dejó la bandeja sobre unos cojines estampados con dragones alados y sonriendo como una geisha china (las geishas japonesas sonríen de otro modo, como más cosmopolita y vacilón, no sé), elevó con suavidad sus chinos brazos, ofreciéndome la visión de un estilizado cuerpo tipo jarrón de la dinastía Acme (son made in China y se venden en Ikea).
Comprendí de inmediato que se me estaba insinuando, allí, delante de todo el mundo y de todos los rollitos de primavera, y me dio mucho coraje que Gracia y Pedro no me hubiesen enseñado la víspera cómo se dice en Chino “¿Bailas?”. Así es que dada mi timidez y que además ignoraba si la camarera conocía la Lambada y la Rumba Catalana, únicos bailes que domino, pues me quedé un poco cortado, la verdad, hundiéndome con lentittud entre los mullidos cojines y entre la decepción general (cantidad de gente va a los restaurantes sólo para ver de qué hablan los de la mesa de al lado).
Ella debió pensar que soy un soso, cosa absolutamente falsa, lo que pasa es que me falta vocabulario. Recogió enfadadísima la bandeja, la colocó bajo su axila oriental (porque era la izquierda, no porque fuese de la parte de Shangai), y mientras se alejaba rumbo a la cocina con pasitos muy cortos pero muy rapiditos, pude oír cómo mascullaba en un chino teñido con los dejes de Lavapiés:
-¡Hombres!
Y la entendí perfectamente.