”TENTATIVAS, TENTACIONES, CAPRICHOS Y EMPANADAS”

Peineta para una escalera sin circunstancias (180 x 130 cms)

The conformist (180 x 260 cms)

Gabardina

Ex aequo 3

Horizontes fingidos I

Horizontes fingidos II

Per-vivencia

Per-vivencia básica

Chica y puf

Ni chica ni puf

Ilus

Explicación “A”
 
Todo lo que engorda. En éste grupo hay cuadros de paso, y otros que se quedan para siempre. Los primeros alzan el vuelo cuando crean inercia y a su estela termina por formarse una nueva serie. Los segundos son almas solitarias, individuos raros que carecen de conexiones muy obvias con los demás, aunque los quiero igualmente. A veces, precisamente por eso.
 
Explicación “B”
 
El hombre que fantaseaba bastante a menudo
 
Al tipo le gustaría escribir una novela, pero sólo se le ocurrían los principios: la primera frase, el párrafo inicial, o un par de capítulos, como mucho. También quería volver a enamorarse, pero era incapaz de visualizar esa historia de amor más allá de la fase del cortejo, conquista incluida. El resto de la trama, con o sin final de pensión alimenticia, no acababa de verla clara. Para la novela tenía escritos casi una docena de posibles comienzos, todos muy diferentes, y más de uno francamente absurdos. En cuanto a su historia de amor, se había imaginado a cantidad de mujeres como candidatas para protagonizar con ellas un romance definitivo e impreciso, a varias de las cuales además conocía, aunque no fuera en persona.
Le gustó a rabiar, por ejemplo, Romina Power, cuando él era adolescente, hace ya mucho tiempo. En aquel entonces la cantante rondaba los 30 años. Ni que le doblara la edad, ni su empalagosa música, suponían obstáculo alguno para el amor platónico que la profesaba desde sus desaforadas hormonas. También le encantaban todas las compañeras de instituto que se parecían a ella, por remotamente asombrosa que fuese la semejanza. Consideraba a Romina perfecta, lejana, y sin embargo, conquistable. Cada vez que la había contemplado por televisión, no podía evitar un fastidioso y mal disimulado rubor, porque pensaba que toda su familia era consciente de su ingenua y clandestina pasión y de sus manifiestas erecciones. Estaba convencido de que si aquella diosa fue capaz de casarse con el enano de Albano, con alzas, gafas y demás parafernalia, sería inevitable que cayera rendida ante él, a poco que se esmerase. De hecho en cierta ocasión estuvo a punto de llevársela al huerto. Sucedió en unos grandes almacenes de Madrid. El tipo bajaba adolescentemente por unas escaleras no mecánicas dispuesto a embocar la salida del establecimiento. Cuando descendía el último tramo de escalones, el que conduce a la planta baja del edificio, se topó súbitamente con una entusiasta aglomeración de personas vociferantes. En el centro de aquel tumulto pudo distinguir con nitidez a Romina. Tenía el rostro semioculto por su larga melena, y firmaba sin descanso las cubiertas de los discos que los admiradores le tendían desde todos los ángulos. Ralentizó el paso sin dejar de mirarla. Desde la altura en la que se encontraba, gozaba de una visión muy clara, aunque distante, de la mujer que ocupaba un lugar tan señalado en sus sueños y en su mano derecha. Y entonces ocurrió: Romina levantó la vista unos instantes, y las miradas de ambos se encontraron en el aire, por encima de la turba, sobrevolando mostradores, ignorando al publico, a las dependientas, a los discos, chocando con estrépito, pensó él, con un estrépito tan irresistible como la sonrisa que la bella americana le regaló. El tipo bajó los ojos, terminó de descender los pocos peldaños que le restaban, y esquivando aquel creciente gentío salió al invernal frío de la calle Serrano. Imbécil, imbécil, imbécil. Un poco más y me la ligo.
Pues tal que así sucede con los cuadros de este apartado: Sólo son comienzos, más o menos prometedores.